En COLUMNAS
El tema energético sin duda es de los principales que solemos abordar y en las últimas semanas nos referimos en esto a la falta de seriedad con que habitualmente lo encaramos. Y no solo en la Región de Aysén.
Así es como suele reinar la precariedad, la improvisación y el cantinfleo politiquero en vez de las soluciones de fondo. Así es como la leña que es uno de los principales combustibles utilizados en el país, recién hace poco mereció comenzar a  ser considerada su existencia por la institucionalidad y se estableció una política de la leña.
Eso ya es un avance increíble, sin embargo aún falta harto para “bajar” esa política a la vida diaria, a la calidad y mayor formalidad en el comercio de la leña, a una comunidad y consumidores informados y responsables. Vale sumar la certificación y etiquetas de las tecnologías usadas. Y esa es una tarea urgente, especialmente en las ciudades contaminadas. Y lo decimos con amargura, mientras nos dedicamos a tener que secar en el horno de la cocina, cuyo caño chorrea creosota, la “leña seca certificada” que nos recomendaron  quienes se dedican al tema. O sea, ni hablar de la leña verde más barata. O peor aún, olfateando incluso a metros de la Intendencia, humo pasado a plástico o neumático.
Todo esto de la leña y su sustitución nos hizo recordar una interesante experiencia que vale la pena transmitir. Hace años atrás, estando de visita en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Hannover (Alemania) donde un tío era decano, asistimos a una charla sobre energía en la vivienda impartida por un profesor de una universidad inglesa. Para asombro de los asistentes, el expositor mostró que tras años de experimentación habían llegado a la conclusión de que la energía más sustentable utilizada, era aquella renovable de la leña.
¡Y eso cuando todos esperábamos que dijese que era la solar o eólica, que eran la gran novedad del momento! Claro, a lo mejor esa sustentabilidad vale para lugares más rurales o no tan contaminados como más de alguna ciudad del sur y austro chileno. Tal vez habría que actualizar esa conclusión y a lo mejor hoy en día el impresionante desarrollo de la tecnología  de energía solar la hace más accesible y sustentable. En todo caso, la leña y sus derivados o genéricamente la biomasa, es un combustible propio que cualquiera puede cultivar y manejar, accesible a todos, que se usa desde la prehistoria con tecnologías relativamente sencillas y que mueve a una economía e industria local.
Versus otros combustibles no renovables importados, transportados por grandes distancias con su respectiva huella de carbono, que utilizan tecnologías complejas y que nos hacen muy dependientes. Vale recordar que éstas además son las empresas más contaminantes del planeta y responsables del calentamiento global. O tecnologías sofisticadas que requieren una alta cantidad de energía para producirla, como son las placas solares, también importadas.
Por otra parte, es más o menos obvio que para que  la leña sea realmente sustentable debe provenir de un manejo de plantación o bosque también sustentable. O sea, si cortamos árboles también tenemos que plantar árboles, o al menos dejar que el bosque se recupere por si mismo. Eso es, entre otros, excluyendo el ganado y para eso hay que entender que no solo se puede vivir del ganado, sino también de la leña y que cada cual puede tener su lugar. O sea, aquí como con la leña seca y como con la diversificación energética hay de fondo un tema de cambio cultural. Y los cambios culturales son lentos y requieren un arduo trabajo para que se vuelvan realidad. Por eso hay que enfrentarlos con energía y por la sustentabilidad.
Peter Harttman, director de CODEFF Aysén.
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