Las corrientes marinas arrastran hasta su litoral la basura de medio mundo, en particular plásticos, y sólo el 20% de los residuos que generan sus habitantes y los cada vez más numerosos turistas se reciclan. Isla de Pascua lucha por deshacerse de sus desechos.
No es fácil encontrar una solución ecológica y sostenible cuando la tierra firme más cercana está a 3.700 km de distancia y sólo entre 30 y 40% de la población separa los residuos, dice Varoia Ike, encargada de educación ambiental en la Municipalidad de Rapa Nui, el nombre vernáculo de Isla de Pascua.
Y los que lo hacen, «no todos lo hacen bien», reconoce. «Dependemos de las empresas recicladoras del continente y los residuos deben estar limpios y secos y sólo la mitad están en buenas condiciones», dice. El resto, el 80%, va al vertedero.
Los 6.500 habitantes y los 95.000 turistas que llegaron el año pasado, generaron una media diaria de siete toneladas de residuos. Prácticamente, todo lo que se consume en la isla se importa.
Para 2025 se calcula que llegarán a la isla 32 toneladas de cartón, 18 de plástico, 12 de latas y nueve toneladas de vidrio.
Si a eso se suma que este pequeño territorio -la cima de una montaña submarina de 3.000 metros de altura- en forma de triángulo, cuyos lados miden 16, 17 y 24 km, está en el paso de las corrientes marinas que arrastran basura desde el continente y desde la ‘isla de plástico’ del Pacífico sur, el problema es de difícil solución.
En la aerolínea Lan Cargo han encontrado un aliado. Cada viernes, la bodega del avión se lleva gratis tres toneladas de cartón al continente. Dos toneladas de plástico salen el primer jueves de cada mes y otras dos toneladas de aluminio el último.
En el caso del PET, solo las botellas totalmente limpias son aceptadas por la empresa recicladora que las compra en el continente para fabricar envases de frutas y galletas, dice Marcos Haoa, un historiador que ha cambiado las aulas por la planta de reciclaje de Orito en tierra de los moáis, esas esculturas de piedra sagradas que pueblan la isla.
Construcción con materiales de desecho
El resto, se va al vertedero, aunque a veces sirve como material de construcción.
El arquitecto estadounidense Michael Reynolds, conocido como el ‘guerrillero de la basura’ ha construido un edificio autosustentable -el segundo en Sudamérica- con materiales reciclables para albergar la Escuela de Música de Rapa Nui, fundada por la concertista Mahani Teave y el constructor pascuense Enrique Icka.
Más artesanas, las oficinas del centro de reciclaje se han construido con latas de aluminio, botellas de plástico y envases tetrapack. Para el suelo, la arena del concreto se sustituye con vidrio molido.
Electrodemésticos, carcasas de coches y neumáticos viejos -sometidos a tratamiento para matar eventuales focos de dengue- se apilan en el centro de acopio, así como aceites y baterías que junto con las latas de conserva, vidrios, aerosoles y tarros de cristal resultan difíciles de colocar.
«Si encontramos receptores para todos los tipos de residuos que se generan se los vamos a enviar todos. Si quieren se los regalamos!», dice riendo Haoa.
Voluntarios para limpiar las costas
Desde hace 29 años, Piru Huke, una funcionaria de la Municipalidad, le tiene declarada la guerra a la basura que llega por mar, cada vez más dañina para los peces que se enredan en las cuerdas y redes o se comen los microplásticos que el agua va triturando.
Entre dos y cuatro veces al año organiza batidas de voluntarios. En la última, en mayo, cerca de 150 recogieron de las costas 1,8 toneladas de basura.
«No es suficiente», reconoce tras lamentar la falta casi total de recursos disponibles. Una empresa les da mensualmente 100 bolsas de basura gratis. Pero a menudo, los voluntarios tienen que sacar los desechos a cuestas o a lomos de caballo.
Pero lo peor, es que «se saca del mar y se traslada al vertedero», dice supurando impotencia: «A uno se le quitan las ganas».
Los buques factoría japoneses, chinos o españoles que faenan en estas aguas ricas en atún de aleta azul, el dorado, la palometa, la barbacuda y el marlin y que sirven de corredor de animales migratorios como ballenas, tortugas y tiburones, suelen abandonar redes de pesca y desechos de plástico que acaban llegando a la costa o al estómago de los peces.
La Mesa del Mar, una organización nacida en 2014 que agrupa a pequeñas asociaciones locales, trabaja en la creación de un área de pesca exclusiva Rapa Nui, que impida la pesca industrial e ilegal, y lamentan que las autoridades chilenas no le den la prioridad que el problema necesita.
«La pesca ilegal extrae 306.000 toneladas al año en la zona. Un solo barco saca 549 toneladas de atún», lamenta el director ejecutivo de la Mesa, Ludovic Burns Tuki.
Eso hace que los pescadores artesanales de la isla tengan que navegar horas mar adentro para capturar especies de pequeño tamaño, cuando «antes, a media hora podían pescar atunes de hasta 50 kg», asegura.