El Hidrógeno Verde está de nuevo en la atmósfera mundial. Sin embargo, no es tan verde como lo están pintando. Por ello es altamente probable que se caiga por el propio peso de la ineficiencia energética de los procesos para su fabricación. A continuación reproducimos el trabajo publicado por el sitio web ecologistas en acción.
El sueño del hidrógeno se ha convertido en la solución para muchos tecnófilos. Sin embargo, resulta muy dudoso, problemático e insostenible como tecnología generalizable. Se empeñan en ‘vendernos’ como sostenible algo que no lo es, señala el autor del texto.
Ángel Encinas Carazo. Redacción. Revista Ecologista nº 108.
El hidrógeno se ha convertido en el bálsamo de Fierabrás, aquel remedio mágico de la literatura caballeresca medieval que inmortalizó Cervantes en El Quijote, para conseguir el sueño de El Príncipe de El Gatopardo: “Cambiar todo para que nada cambie”.
Esa es la razón de fondo por la que todas las grandes empresas de las energías fósiles se han lanzado a megaproyectos por toda Europa al abrigo del Pacto Verde Europeo y los Fondos de recuperación Next Generation UE, confundiendo sus intereses con dudosas aportaciones a una transición energética sostenible y justa.
En este artículo vamos a ver los pros y los contras del hidrógeno como vector energético, una tecnología compleja y poco desarrollada, que genera “muchas dudas y ninguna certeza”, como titulan sus informes sobre el hidrógeno en el Área de Energía.
Propiedades y posibilidades energéticas
El hidrógeno (H2), etimológicamente “generador de agua”, es el elemento más abundante del universo visible (75 %). Es también el primer elemento de la tabla periódica, el más ligero, que en condiciones normales se presenta como molécula de dos átomos, de ahí el H2. Es incoloro, inodoro y muy inflamable: basta con un 4 % de presencia en el aire para que se queme violentamente. De ahí su escasa presencia libre, por lo que hay que obtenerlo de otras fuentes, básicamente el agua y los hidrocarburos, sobre todo el gas natural.
Como elemento aislado es energéticamente muy denso, mucho más que todos los combustibles fósiles a iguales pesos. Un kilogramo de hidrógeno, por ejemplo, equivale energéticamente a 2,78 kilogramos de gasolina o a unos 3 kg de gas “natural”, pero para licuarlo se necesitan altas presiones y temperaturas próximas al cero absoluto (¡ -153 ºC !). Primera precisión: el H2 no es una fuente de energía renovable, como desde la ignorancia interesada se puede querer ‘vender’, sino un vector energético, un medio de almacenar energía.
La obtención directa del agua se realiza a través de un proceso de electrólisis, en el que por medio de electricidad se separa del oxígeno, pero esto exige mucha energía, lo que hace que el método actual de obtención de más del 90 % sea a partir del gas natural, que exige mucho menos gasto energético, solo que con un grave inconveniente: en su generación se produce el temible CO2.
Una vez obtenido, y a diferencia de los hidrocarburos, la combustión del hidrógeno no genera más que agua en forma de vapor, por lo que es un buen candidato para ayudar a mitigar el calentamiento global en algunas situaciones. Suena muy bien, pero, como vemos, el problema está más atrás, en la forma de obtenerlo, en la fuente de energía utilizada para ello, y en la energía perdida en el proceso.
Hablando del H2 no nos podemos olvidar del sueño libidinoso de todos los tecnófilos: la energía nuclear de fusión, tecnología a la que, como recuerda Turiel 1, siempre le faltan cincuenta años para hacerse realidad. Al parecer, las dificultades técnicas son enormes, algunas físicamente inalcanzables, como han denunciado varios premios Nobel de Física.
Los colores del hidrógeno. Un arcoíris para la confusión
Los maestros del marketing gasista se han inventado un auténtico pantone de colores para escamotear la distinción básica que todos entendemos: o es hidrógreno obtenido de energías renovables, o es hidrógeno obtenido de energías fósiles; o es hidrógeno verde, o es hidrogeno negro, con distintos tonos de gris.
Pues no, en una brillante maniobra de greenwashing (lavado verde), nos han plantado tres colores de H2 básicos, gris, azul y verde; y, unos cuantos colorines más: marrón, turquesa o rosa.
Todo este colorido permite colocar de forma más fácil trampas como la de llamar “verde” a un hidrógeno que no es 100% renovable; “limpio”, aunque esté hecho con combustibles fósiles, o “seguro” aunque se produzca con energía nuclear.
El resultado perseguido es que se desdibujen las líneas entre los distintos tipos de H2 y entre este y el gas «natural» para que todo parezca supersostenible. Esta es la gran jugada que se quiere realizar con el hidrógeno azul (ojo, el color frío de la racionalidad), dependiente de una tecnología incierta después de décadas de investigación como es la de captura y almacenamiento permanente del CO2, que supondrá a su vez elevados costes energéticos añadidos.
En cualquier caso, todas las formas de H2 basadas en combustibles fósiles emitirán al menos por fugas notables cantidades de metano y CO2. Para entender lo arriesgado de la apuesta del hidrógeno es muy importante tener en cuenta que, hoy por hoy, menos del 1 % de la producción actual es realmente verde.
Los usos y las limitaciones energéticas y técnicas del hidrógeno
Dicen con alto grado de ceguera los propagandistas del H2 que es “el petróleo del siglo XXI”, como si el petróleo no fuese la trampa mortal que nos ha traído hasta aquí.
Como ya se ha dicho, el hidrógeno no es propiamente una fuente de energía, sino un vector energético, una forma de almacenamiento energético que permite ser utilizado como reserva de energía frente a las fluctuaciones productivas de las energías eólicas o solar, y así utilizarlo en aquellas actividades en las que la electrificación no es viable: la gran industria (hornos de fundición, etc), la aviación o el transporte pesado marítimo y terrestre. Otra cosa muy diferente es tratar de generalizarlo como una especie de milagro que vamos a necesitar para todo como sustituto de gasóleos y gasolinas.
Y es que como vector energético presenta muchos problemas y limitaciones técnicas. La primera de todas son las enormes pérdidas de energía en todo el proceso de su producción, que pueden llegar hasta el 70 %. Actualmente se almacena a presiones en torno a los 700 bares, lo que complica mucho las posibilidades de transporte. Por otra parte, al ser un elemento tan liviano tiene una gran difusividad y permeabilidad, lo que hace que sea capaz de difundirse incluso a través de sólidos, provocando pérdidas superiores al 1 % diario y la fragilización de los metales empleados para confinarlo, el acero por ejemplo, por lo que no es posible utilizar las instalaciones de otros gases para su transporte… a no ser que, ¡atención!, se mezcle en bajas proporciones (con un máximo del 6 % – 10 %) con el gas fósil y utilice su red de gasoductos.
Ahí es donde está el truco para entender el boom actual. A todos estos problemas habría que añadir el agua necesaria para su producción en un contexto de crisis climática, y toda la marginación que supone este boom para otras alternativas más eficientes y seguras.
Centro y periferia, global y territorial
Señala Antonio Turiel en “Centro versus periferia” 2 que una de las mayores dificultades para articular una transición energética adecuada y eficaz reside en ciertas ideas preconcebidas, adecuadas para los combustibles fósiles mientras éstos han sido abundantes, pero que no son las más eficaces para la energía renovable. Frente a economías de escala con grandes centros de producción, como ocurre con las energías fósiles, la producción de energía renovable es por definición muy distribuida, además de contar con una baja densidad energética y considerables fluctuaciones productivas.
Se puede intentar soslayar parcialmente ese problema de las renovables convirtiendo la electricidad en hidrógeno, aunque sea una solución ruinosa energéticamente, pero es la única que ha encontrado el gran entramado empresarial del petróleo como salida para que cambiando simplemente la gasolina por el hidrógeno, o mejor aún el hidrógeno y el “gas natural”, todo siga igual.
Por eso hacen todo lo posible por mantener a toda costa la orientación de las renovables exclusivamente hacia la electricidad, y esta, directamente o a través del hidrógeno como vector, para apuntalar los grandes centros de produccióny consumo frente a una periferia territorial que sería sometida a un nuevo expolio colonial. La lógica de la sensatez y coherencia que supone el aprovechamiento local yeficiente de la energía renovable, no entra en las agendas de los grandes centros de decisión, sea la Unión Europea, sea el Gobierno de nuestro país.
En el caso de Europa, el lobby gasista ha conseguido darle la vuelta al debate sobre el futuro de una infraestructura gasista que no necesitamos, ampliándola en un 31 % para alcanzar los cerca de 40.000 kilómetros que exige el nuevo horizonte que nos han creado. Además, a la Comisión Europea le encaja muy bien compartir con la industria de los combustibles fósiles los marcos de neutralidad climática.
La situación española: las nuevas colonias del sur
El Gobierno de España, para no ser menos, también ha elegido el hidrógeno como bandera para la transición energética pretendiendo convertir España en “un país exportador de hidrógeno renovable”. Los más grandes del sector, Endesa, Iberdrola, Naturgy, Enagas, se han lanzado a lo grande sobre lo que representa una tabla salvavidas para el oligopolio y el lucro en corto. ¿Que hay una burbuja de proyectos eólicos y solares en España, con una potencia que multiplica lo previsto?, pues nada: construimos decenas de plantas para producir hidrógeno, que como gastarán muchísima electricidad, las vamos a necesitar. Enagas, la madre de todas las ‘puertas giratorias’ 3 tiene ya todas las papeletas.
Como señala Belén Balanya 4, no hay voluntad de cambio ni de transformación, no se democratiza el sistema, pero a todos les permite vender el relato de líder climático, a la vez que cierra la puerta a otros debates necesarios. Frida Kienniger lo deja bien claro 5: “Mismos actores, mismas tecnologías, misma división de poderes y recursos, misma infraestructura, misma dependencia, ¡misma catástrofe para el clima y la justicia climática!