Mientras el gobierno ofrece a que Chile sea sede de la COP 25 y anuncia la descarbonización de la matriz eléctrica nacional y un anteproyecto de Ley Marco de Cambio Climático, lo cual por cierto se valora, por nuestro lado vemos que el tema da para muchísimo más y que del dicho al hecho hay demasiado trecho. Mientras, a nivel mundial los anuncios son de que nos acercamos a un punto de no retorno del cambio climático y que las consecuencias son mayores a las que se preveía.
Entre éstas está, aunque también con otras causas, la extinción en masa. Nos parece necesario juntar ambos problemas, porque en ambos los humanos tenemos que asumir responsabilidad. Y en ambos, como país somos parte de convenciones y tenemos compromisos internacionales. ¡Y ambos requieren acción urgente y ejemplar!
En la COP de Paris, Chile se comprometió en bajar sus emisiones de gases efecto invernadero en 30% y en plantar y restaurar 200 mil hectáreas de bosque al 2030. Para la Convención de Biodiversidad, Chile se comprometió con 500 mil hectáreas de bosque y evidentemente en cuidar su biodiversidad. Así, ad portas de la COP 25, el gobierno anuncia el cierre antes del 2030 de 8 termoeléctricas de 28 existentes, a las otras 20 les da vida hasta el 2040.. De esas 8 ya hay una paralizada y las demás están todas obsoletas e igual tenían que parar a causa de planes de descontaminación.. Para remate, la semana anterior había entrado a humear una termoeléctrica nueva de 370 MW, equivalente a varias de las que salen de función. Dicen que con esas 8 menos se reduce en 20% las emisiones nacionales (sospechamos no sumaron la carbonera nueva). Acto seguido, digno símbolo de cómo se toma en serio la descarbonización, el gobierno se molesta por el fallo en que el Tribunal Ambiental de Valdivia impide las tronaduras en la Mina Invierno, de carbón, en Isla Riesco y anuncia su apoyo y en recurrir a la Corte Suprema: Presión indebida a otro poder del Estado. Con ese mismo descriterio unos meses atrás le recortaron 2.300 hectáreas al Parque Nacional Patagonia para facilitarle las cosas a una minera australiana que estaba explorando ahí. Y en ese mismo acto le sacaron otras 2.600 hectáreas a ese parque para las veranadas de los ganaderos del vecindario y dejarlo también abierto a la exploración minera. Vale recordar que la ganadería y agro es la segunda actividad (46,9% región), tras la energía (78% nacional, 46,4% región) en producir gases de efecto invernadero y que provoca serios trastornos ecológicos, más aun en un sector declarado prioritario para la conservación de la biodiversidad. El tercer sector que más aporta es el de los residuos (3,6 % región), esto es basurales y alcantarillado, donde también hay harto paño por cortar.
En otros ámbitos, en Aisén además aportamos harto humo, tanto en calefacción, como en quemas e incendios y estamos aportando con la destrucción de turberas de las que se extrae el musgo “pompón”. Esas turberas, aparte de los servicios ecosistémicos y de regulación del agua que aportan, son de los más importantes reservorios de carbono del planeta. Y esto sucede mientras el gobierno le da chipe libre a los exportadores, postergando la entrada en vigencia del documento 25/2018 del Ministerio de Agricultura que exigía planes de manejo a esa extracción. Y ya de antes la institucionalidad venía haciendo vista gorda del artículo 10 de la Ley del Medio Ambiente, con el que se podría exigir evaluación ambiental a esas intervenciones. Otra actividad a la cual hay acá cierta adicción y que aporta mucho (8%) a las emisiones globales es la industria del hormigón y cemento. Cada año producimos en el mundo tanto concreto como todo el plástico en los últimos 60 años y es el material artificial más utilizado en la historia; es barato y útil y de los más dañinos. Si a esto le agregamos que el transporte en carretera aporta el 9,9% global en gases, es una cifra importante. Entonces, cuando pavimentamos áreas verdes, parques nacionales y bosques y convertimos bandejones de arbolado urbano en estacionamiento, el daño es doble y está claro que quienes lo hacen no saben de sus consecuencias. Vale añadir en esto, la involución ecológica (la sucesión va desde la roca al bosque). Y claro, también está el plástico que se ha vuelto una peste y ya se nos aparece en parques nacionales y hasta en el agua potable.
En otro orden, si bien tenemos en Aisén el record nacional de bosque nativo y de absorción de CO2, también tenemos al menos 800 mil hectáreas urgentes a ser reforestadas y en desertificación o al menos a que ahí se le facilite la restauración a la vegetación nativa. Esto, además, tiene urgencia para contrarrestar las épocas cada vez más duras de sequía. Y ante el vertiginoso retroceso de los glaciares, desde hace décadas estamos proponiendo Patagonia como Patrimonio de la Humanidad y apoyando la presentación a Unesco del sitio de Patrimonio Natural Mundial Hielos y Archipiélagos Patagónicos, pero por lo visto la invasión salmonera en Parques Nacionales tiene preferencia para los gobiernos. Otra de las contradicciones e incoherencias de país que gusta firmar convenciones internacionales y no las cumple.